La lectura en la primera infancia no solo es una actividad lúdica, sino una herramienta esencial para el desarrollo integral de los niños y niñas. Animar a leer desde los primeros años de vida permite cultivar la imaginación, ampliar el lenguaje, fortalecer los vínculos afectivos y sentar las bases de un pensamiento crítico y reflexivo. En un contexto donde la tecnología y la inmediatez ganan terreno, promover el gusto por los libros se convierte en una necesidad educativa, afectiva y social.
1. La lectura como experiencia afectiva
En la primera infancia, leer no significa necesariamente decodificar palabras, sino vivir una experiencia emocional significativa. Cuando un adulto —madre, padre, docente o cuidador— lee en voz alta, se genera un momento íntimo que favorece la seguridad emocional del niño. Esta lectura compartida es también un acto de amor: las voces, los gestos y el contacto físico mientras se lee un cuento construyen un espacio afectivo que el niño asocia con el placer de leer.
2. Desarrollo del lenguaje y la comprensión
Diversos estudios evidencian que los niños expuestos tempranamente a la lectura desarrollan un vocabulario más amplio, mejoran su capacidad de escucha y adquieren estructuras lingüísticas complejas con mayor facilidad. Escuchar historias enriquece su comprensión del mundo, despierta su curiosidad y les enseña a anticipar, inferir y deducir habilidades esenciales para la comprensión lectora posterior.
3. Estimulación de la imaginación y la creatividad
Los cuentos y libros ilustrados abren la puerta a mundos mágicos, personajes extraordinarios y situaciones que desafían la realidad cotidiana. Esta exposición constante a narrativas variadas estimula la imaginación, nutre la creatividad y permite al niño explorar emociones, resolver conflictos y construir su propia visión del mundo desde la fantasía y la metáfora.
4. Formación de lectores para toda la vida
El gusto por la lectura no nace de manera espontánea; se cultiva. Los primeros años de vida son clave para formar hábitos lectores duraderos. Si los niños experimentan la lectura como un acto placentero, libre de imposiciones, es más probable que desarrollen una relación positiva y sostenida con los libros a lo largo de su vida escolar y personal.
5. Rol del adulto como mediador lector
El adulto cumple un rol insustituible como mediador entre el niño y el texto. No se trata solo de leer, sino de animar, preguntar, escuchar y acompañar. Un buen mediador selecciona libros adecuados, propone lecturas sugerentes, utiliza la entonación para dar vida a los personajes y adapta el ritmo a la atención del niño. De esta manera, cada lectura se transforma en un diálogo, en una construcción conjunta de sentido.
Conclusión
Animar la lectura en la primera infancia no es un lujo ni una actividad secundaria: es una inversión en el desarrollo cognitivo, emocional y social de los niños. Fomentar entornos ricos en palabras, ilustraciones y relatos contribuye a formar seres humanos más empáticos, críticos y creativos. En nuestras manos como educadores, familias y sociedad está la responsabilidad de encender esa chispa lectora que puede acompañarlos toda la vida.